Bianca Sánchez-Gutiérrez
De vez en cuando, este mundo tiene una capacidad mayúscula para sorprendernos. Tan inverosímil puede resultar la sorpresa que, en ocasiones, debemos esforzarnos con afán para descubrir si lo que acabamos de conocer es cierto o si tal cosa nos ha hecho abandonar definitivamente nuestro contaminado mundo para llevarnos al planeta del surrealismo.
Así, yo les pregunto: ¿puede ser la violencia contra las mujeres sencillamente un análisis surrealista? Imagínense qué cosa. Más que ante un análisis de la realidad material, que por cada mujer asesinada, violada, casada forzosamente, mutilada o prostituida estuviéramos ante diferentes obras de los grandes maestros del movimiento plástico surrealista. Cuánta inspiración para los Breton, Duchamp, Dalí, Magritte, Picasso, Tanning, Ernst, Miró o Kahlo, ¿verdad?
Aunque siempre la incluyamos, lo cierto es que Frida Kahlo no debería estar en la lista de artistas surrealistas. Si bien es cierto que André Bretón, fundador del movimiento surrealista, invitó a Kahlo en 1939 para exponer su obra en París, ella siempre mantuvo que sus cuadros no eran sueños o imaginaciones, sino que representaban su realidad, su propia vida. Una vida llena de dolor, padecimientos, pérdidas y amores tóxicos.
Desde la mirada de quien escribe, una de las obras más impactantes de Frida Kahlo es la pintura titulada “Unos cuantos piquetitos” (1935), que ilustra a través del realismo mágico un suceso de violencia machista que la pintora mexicana leyó en el diario. Según parece, el asesino espetó en el momento del juicio que “tan solo fueron unos cuantos piquetitos”, refiriéndose a las veinte puñaladas que el varón asestó a la mujer y que acabaron con su vida.
Estos días hemos conocido que un tribunal popular va a juzgar esta semana en Palma a D. F. G. R., el asesino confeso de la mujer apuñalada en Figueretes en 2017. Como si de un cuadro de la (sur)realista Frida Kahlo se tratara, y según aclara la autopsia, el asesino empleó un punzón para propinar a la mujer hasta 21 puñaladas de entre 1 y 6 centímetros de profundidad, mientras le tapaba la boca y la nariz. Unos cuantos piquetitos que el forense de guardia no supo ver, ya que resolvió en el lugar de los hechos que “probablemente se trataba de una muerte natural”, tal y como sostiene el escrito de acusación del Ministerio Fiscal, y que solamente gracias a la confesión del asesino, quien se entregó días más tarde en una comisaría madrileña, se ha podido orientar el caso hacia un homicidio.
Expuesto lo anterior, insisto: ¿es surrealista la violencia contra las mujeres? ¿Cómo entender, si no, todo esto? ¿No es surrealista, por ejemplo, que un cadáver que presenta 21 puñaladas (una de ellas de 6 centímetros de profundidad en el corazón) sea considerado por un forense “posible muerte natural”? ¿No sería surrealista que este forense siga ejerciendo? ¿No es surrealista que, por tanto, se descubra la causa de la muerte gracias a que el propio asesino se persone en una comisaría en Madrid confesando los hechos? ¿No es surrealista que la fiscalía pida 8 años de cárcel por el crimen, atenuado porque su confesión ha sido clave para el esclarecimiento del caso? Y, por último, ¿no es surrealista que no haya un agravante de género?
Del mismo modo que Frida, y aunque las violentas escenas del hoy nos inviten a instalarnos en el planeta surrealista de los relojes derretidos y las pipas de fumar traidoras, no estamos ante sueños ni imaginaciones, sino ante la realidad de nuestra vida, que sigue funcionando igual para las mujeres ya sea en 1935 o en 2017.