JOAN ESCANDELL
El sufrimiento, el malestar o la angustia invade a algunas personas de manera tan intensa que llega hasta el punto de incapacitarlas en algunas áreas de su vida, o incluso torcer sus posibilidades y su destino, cosa absolutamente dramática. Impedir que esto sea así, a menudo implica el proceso de revisar cosas de nuestra vida y nuestro pasado que nos resistimos profundísimamente a cambiar, dado que fueron aspectos muy dolorosos en su momento, que han quedado cicatrizados de manera inadecuada, pero de una forma que todavía nos provocan muchas dificultades para vivir.
Esas son las heridas psicológicas más dolorosas, permanentes y difíciles de abordar, aquellas que hemos cerrado con gran contundencia, dado que implican aspectos muy dolorosos de revisar, contradictorios, aparentemente sin salida, enigmáticos, etc.
Es imaginable el gran dolor, rabia y angustia que implica tener que abrir una de estas cicatrices, que a menudo nos ha costado muchísimo trabajo cerrar; por supuesto que no es un proceso sencillo, pero el camino a realizar tendría que ver más con ir abriendo una trabajosa senda hasta poder acercarse lo máximo posible, y poder ir reviviendo -probablemente con dolor- aquellos aspectos de manera que puedan ir colocándose de otra manera, para que no hipotequen nuestro futuro.
Desde mi concepción, no se trataría de unos síntomas, como una enfermedad, que han aparecido en nuestra mente, y que simplemente se trata de extirpar, como cortando el un brote o una rama que ha crecido demasiado, para que todo quede igual. Se trata de cambios profundos, en nuestra bases anímicas y identitarias, que por supuesto implican a la persona que quiere cambiar al cien por cien.
No hay medicamento ni técnica que pueda sustituir esa trayectoria por los propios fantasmas. Sí existen mil señuelos y cantos de sirena para no encontrarse con aquello con lo que más nos resistimos a encontrarnos, para despistarnos un poco. Por supuesto, eso tiene sus consecuencias. Cada uno decide.