Mi primer trol de internet se hacía llamar Tango. Me encontró sentando cátedra en el foro de un diario y me metió un rollo de cincuenta líneas en el que me explicaba las innumerables ventajas que supone hoy día ser mujer frente a los infinitos inconvenientes de ser hombre. Me pilló desprevenida y respondí a su monólogo. Fui educada y paciente, traté de hacerle entender que la posibilidad de entrar gratis en una discoteca o de que los caballeros te cedan el paso no implica ninguna ventaja; aporté datos, cifras, estadísticas, hechos contrastados que explicaban por qué nos hallamos aún lejos de la igualdad y, por tanto, sigue siendo necesario el feminismo. Él respondía a mis mensajes con larguísimas diatribas sobre el mundo cruel que habitan los hombres, un universo de guerras, andamios, hormigoneras, minas, picos y palas, peleas para defender a señoritas en apuros, brutalidad y, sobre todo, injusticia, mucha injusticia. Se quedó con la última palabra, por supuesto: podía estar conectado a internet horas y horas, ya que en su ruda esfera varonil no existían los niños por criar ni los platos por fregar.
Con el tiempo, topé con muchos otros como él: seres incapaces de vernos como iguales, dolidos al constatar que pasan los años y no dan con una mujer que los aguante, lobos solitarios y no precisamente por elección, sino porque no los quieren cerca ni sus madres. Creí que no había nada que hacer con estos machistas resentidos, holgazanes cuya única afición es lanzar falacias, mentiras, insultos y amenazas contra las mujeres, con la esperanza de que no sigamos avanzando o, a ser posible, que volvamos atrás, a ese pasado no muy remoto tan añorado por quienes disfrutaron en aquella época de una situación de privilegio. Aprendí a ignorarlos, a no leer sus eternas digresiones, a bloquearlos o a responderles con la justa burla que cualquiera de ellos merece. Di por descontado que no hacía falta gastar explicaciones en esos tipejos, puesto que el discurso feminista había calado en buena parte de la sociedad.
Me equivoqué. Inocente de mí, no pude prever que a la mayoría de medios de comunicación de nuestro país les parecería una idea genial dar voz a las homilías de ultraderecha de Abascal, que hasta entonces había permanecido en las sombras. A nadie le extraña que entre los simpatizantes de este partido abunden los hombres solteros; su afán por conservar los valores tradicionales pasa a la fuerza por anular la autonomía de las mujeres, y por eso Vox consiguió, gracias al empujón que le dieron esos medios, un buen criadero de votantes en la caverna de Tango y sus secuaces.
De momento, han conseguido que uno de cada cinco jóvenes varones crea que la violencia machista es un invento ideológico. Está claro que algo hemos hecho mal para que cale un discurso tan zafio como fácil de desmontar, y me temo que habrá que volver a la casilla de salida, poner más tesón y una paciencia infinita, sacar otra vez los datos, las estadísticas y los hechos. Aunque nos aburran y nos agoten.
VOX no para de crecer y al PP cualquier cosa le sirve con tal de pillar poltrona, así que, si no ponemos remedio, pronto esos trols que tanto despreciamos ocuparán los puestos de poder y tomarán decisiones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Tenemos que conseguir que nuestra razón se escuche por encima de sus gritos. Toca neutralizarlos como sea, porque no alcanzaremos esa igualdad real con la que tanto les gusta llenarse la boca mientras ellos existan.